Pregón de Feria 2015
Érase una vez un niño que repartía periódicos
en su pueblo, Belalcázar, y que soñaba con ser un Beatle y jugar en el Atleti.
El almanaque iba agotando la pasada década de los 70 y, el niño, al recorrer
tras su reparto un 16 de agosto la calle Reina Regente camino de la oficina de
Correos, donde trabajaban su padre, a quien todo el mundo llamaba Antero el
Cartero, el compañero de su padre, Manolo, y su padrino, Rafael Caballero,
buscaba con la mirada, en un reguero de puestos de feria en el que se solía
convertir cada año esa calle, un coche de juguete rojo con una franja blanca,
un pequeño Ford Torino réplica del de los policías Starsky y Hutch con el que
quería que lo enferiaran. Se lo había prometido días antes su madre, María, si
se dejaba pinchar por el viejo practicante Eladio, las inyecciones que le había
recetado Don Mariano para combatir unas fiebres de verano.
Eran tiempos en los que los niños recibían
regalos muy de cuando en cuando, tanto que los de feria sabían como si les hubiera
tocado la lotería, tiempos en los que la banda sonora a las fiestas en honor a
San Roque la ponían, sobre todo, Los Chichos, ni más ni menos, y Los Chunguitos, gracias a los viejos
altavoces que colgaban en las fachadas de bares como los de Cabrera, Rojilla,
El Toqui o El Toro, todos ellos cercanos a los cacharritos, que es como siempre
se les ha llamado a las atracciones infantiles en nuestro pueblo; o sea, esa
pequeña noria, esas barcas en miniatura, esa otra barca gigante heredera del
antiguo carrusel, esos caballitos o esos coches de tope, que también
contribuían a llenar la feria de música con Victor Manuel, Los Pecos o José
Luis Perales. Todos esos bares y cacharritos, incluidas hasta un par de
tómbolas y la tradicional caseta de tiro, estaban ubicados en el entorno del
paseo, donde San Roque obraba el milagro cada año y las dos partes paralelas en
las que ese antiguo parque se dividía, una más ancha e iluminada y otra más
oscura propicia para darse al amor, eran
dos regueros de paseantes. La feria apenas se vivía por la noche en otra zona
repleta de bares, como la plaza, donde, eso sí, la aventura se solía convertir
en magia en los cines de Copé y Botella y siempre había tiempo, sobre todo en
esos días, para degustar un polo artesano en la heladería de Moisés.
Buena parte de ese reguero de paseantes lo
componían también belalcazareños ausentes, personas, como su tío Paco Cantador,
hombres y mujeres que habían tenido, con todo el dolor de sus corazones, que
marcharse muy lejos para poder labrarse un futuro. El niño sabía que, cómo ha
ocurrido siempre, Belalcázar no son sólo los miles de vecinos que vivían y
viven en el pueblo. Belalcázar son además las miles y miles de personas
obligadas por las circunstancias a dejar su querida tierra y que volvían y
vuelven por estas fechas para ser recibidos con los brazos abiertos y hacer de
las fiestas citas especiales. Y lo sabía porque solía ayudar a su padrino en la
oficina en las tareas de matar las cartas, certificar los paquetes o cobrar los
reembolsos de dinero que familiares enviaban con frecuencia a sus emigrantes en
Cataluña, Madrid, Valencia, Baleares...o a lugares tan lejanos como Francia o
Alemania Federal, donde residía su tío.
Todo ella, gente que no tiene nada que
envidiarle a Sebastián de Belalcázar en lo que a conquistar un futuro se
refiere y para la que su pueblo es y será siempre lo más grande, por mucho que
haga ya siglos que dejó de ser un importante condado del que quedan
impresionantes y únicos vestigios patrimoniales capitaneados por el Castillo de
Gahete y el convento de Santa Clara, unos vestigios que fomentan con gran
pasión en sus publicaciones, el municipal Rafa López, Federico García-Arévalo,
Joaquín Chamero o don Claudio Rodríguez, uno de los maestros que contribuyeron
a inculcar importantísimos valores educativos hasta la adolescencia en la
generación del niño que repartía periódicos, junto a doña Manolita, don Benito,
don Luis Gallego, don Manuel Calderón, don Agustín Copé, don José Blanco, las
señoritas Loli y Yeya o los maridos de estas últimas, los hermanos José Antonio
y Rafael Medina Alonso.
Toda ella, gente que se encuentre en el lugar
en el que se encuentre cada último fin de semana del mes de abril no puede
evitar tener su mente en el Cerro de la Alcantarilla, para vivir la romería de
su Chiquinina. El chaval comprobó desde que de muy pequeño acudía a la cita
mariana en el tractor de su tíos Ana y Félix El Tercerillo que la romería de la
Chiquinina , gestionada a la perfección desde entonces por juntas directivas
presididas por Luis Crucito, Francisco El Toqui, Gabriel Molano, Pepe Cuevas o
Paco Blanco, ha sacado siempre a relucir una de las mejores virtudes de los
belalcazareños, una hospitalidad sin límites tanto con conocidos como con los
que no lo son tanto, hospitalidad que también se hace patente en otras citas
como la propia feria o la Semana Santa, “una Semana Santa mejor que la de
Sevilla”, según insistió años más tarde Lorenzo ‘El Guñelero’ en un programa
magazine que el niño hecho ya hombre dirigía y presentaba en la emisora
municipal Uni 3 Radio, con el gran Juan Fran Santos en los controles. Lorenzo,
entonces hermano mayor de la Santa Vera Cruz no exageraba ni un ápice pasando
esa afirmación por el filtro del corazón. Las cofradías de la Vera Cruz, Jesús
Nazareno y el Cristo de la Salvación componen una Semana Santa única que le
debe muchísimo a un, más que amigo, casi hermano del niño que repartía
periódicos, Julio Rodríguez Díaz, El Monjero, una muy buena persona a la que no
le cabía el corazón en el pecho. Porque la Semana Santa de Belalcázar es lo que
es gracias a gente como él, que le dio toques cordobeses, sevillanos y hasta
malagueños a pasos y procesiones poniendo así el colofón al gran trabajo de
juntas directivas encabezadas antes y después por grandes cofrades como el
propio Lorenzo ‘El Guñelero’, Gabriel Medina, Francisco ‘El Fontanero’, Julián
Calderón, Pepe Vita, Juan Marín, Gabriel Pineda –el hijo del Chiquenín- Casto
‘El Herrero’, José ‘El Lupo’, Julián García -el hijo de Gervasio- o José Carlos
García, hijo de este último, por poner tan sólo unos ejemplos. Una Semana Santa
que ya echa de menos las saetas de Pedro El Rastrojo, como la Alcantarilla echa
de menos a Dionisio ‘El Cura’, tambor en mano, impidiendo que nadie pegara ojo
en la romería, el franciscano al que el niño y todo el pueblo ayudó como pudo
en las tareas de levantar de las ruinas la ermita de El Santo, tareas que
Dionisio capitaneó junto a otros dos frailes, Guillermo y José Miguel.
Las ferias se sucedían y el ya adolescente que
repartía periódicos iniciaba con sus amigos –Manolo el hijo del cartero, Carlos
Quintana, Daniel Herrera y el propio Julio- como si de un ritual se tratase
cada noche en honor a San Roque echándole un duro a una máquina de discos que
había en el bar Skilas para que sonara a modo de himno ‘Los rockeros van al
infierno’, de Barón Rojo. Era una época en la que la banda sonora de feria la
ponían ahora grupos como Tequila, Triana o Miguel Ríos dando la bienvenida a
nuevos amigos hijos de emigrantes como Gregorio Cuadrado, Paco Herrera o José
Antonio Gallego, época en la que en la caseta de El Rancho tocó Rosendo, no el
de los turrones, sino el músico de Carabanchel con sus Leño, espantando a los
pajaritos de María Jesús y su acordeón, que tan de moda estaban y dejando bien
claro que Belalcázar tiene su manera propia de vivir, como reza la canción de
Leño. Una época en la que también estaba de moda un local que formaba parte de
los terrenos de La Bolera llamado El Huerto, un nombre muy acorde con esa
manera de vivir agrícola y, sobre todo ganadera, que mantiene con constantes
vitales la economía local, como el chaval aprendió también desde muy pequeño,
cuando vivía en Corredera, 26, donde nació, la casa su abuela Paula. En ese
hogar de su familia materna, conocida en el pueblo como la familia ‘Pacencia’
el niño que vendía periódicos era testigo un día sí al otro también de la
dureza y el sacrificio del oficio de ganadero de vacuno. Cada madrugada, casi a
la misma hora que su padre se levantaba para recibir las sacas de Correos en
los antiguos autobuses de línea que paraban en los bares, sus tíos Paco
‘Pacencia’ y Pepa Calvo echaban los pies abajo para la primera sesión de
ordeño. Daba igual que fuera feria o no. Lo mismo le ocurría a sus tíos Pedro y
Pilar, ahora a sus primos Luis y Paco y quizás también le hubiera ocurrido a
otro de sus primos, un ángel al que apodaban Quetete. Porque las vacas no
entienden de fiestas, como oyó decir en numerosas ocasiones a muchos de los
vaqueros que luego crearon la Cooperativa Virgen de la Alcantarilla, dirigida
desde sus inicios por su amigo Hillo y encabezada por Antonio Vigara.,
cooperativa que es el pulmón económico del pueblo.
Tampoco entiende de fiestas el noble arte de
labrar la piedra. En esas aventuras en bicicleta alrededor de Belalcázar que el
niño vivía a modo de Verano Azul en pandilla con los amigos del pueblo y los
llegados para la feria no faltaba el paso cercano por alguna que otra cantera
en la que verdaderos Picassos o Velázquez del granito han realizado obras maestras
repartidas por media España y parte del extranjero. Años más tarde, como si de
una alineación de su Atleti se tratara, el hombre que fue ese niño aprendió a
recitar casi de memoria, gracias a quien llegó a ser su suegro, Diego Flores,
el nombre de buena parte de ese ejército de picapedreros que se curtieron en
talleres como los de los hermanos José y Francisco Orugo, Luis Crucito,
Dionisio Roíta, los Pinto, Pedro Aranda o los Trompilla, un ejército al que le
compuso un rock, uno de sus soldados, Manolo El Toqui, tan hábil con su
guitarra como a la hora de modelar la imagen pétrea de Santiago que corona la
portada de la iglesia parroquial dedicada en Belalcázar al apóstol.
Edición tras edición, el ya adolescente era
testigo de cómo la feria se iba transformando, como su vida misma, mientras que
perduraba una celebración previa a la que de niño acudió en más de una ocasión
con su tía Pepa Cantador, las novenas callejeras a San Roque, en las que las
mujeres se congregaban sentadas en distintas zonas del pueblo frente a pequeñas
imágenes del patrón para rezarle y pedirle que librara a los belalcazareños de
todo tipo de males. Desde entonces, la devoción a San Roque fue creciendo hasta
consolidar una hermandad gracias al trabajo de personas como Asunción Pizarro o
fray David, al mismo tiempo que la devoción a la Virgen de Consolación se
engrandecía también gracias a personas como Dionisio Núñez o Manolo García.
Esta última devoción es tal que, como ocurre con la Alcantarilla, los
belalcazareños ausentes también tienen presente cada 8 de septiembre la romería
de llevada de la imagen mariana cuya entrada en el pueblo da inicio a las
fiestas del patrón componiendo un ritual
que se ha mantenido a la par que la feria ha ido mutando poco a poco. Tanto es
así que año a año la caseta municipal iba cambiando de lugar hasta aterrizar
incluso en una ocasión en la antigua huerta de La Bolera, donde en otro
capítulo de un particular Verano Azul Mecano invitó a la pandilla del ya exniño
que repartía periódicos, a colarse en su fiesta con los hermanos José Antonio y
Manolo Suárez a la cabeza, una fiesta muy completa, con o sin maquillaje, digna
de acabar en la primera discoteca de verano del pueblo, la Oasis, donde el olor
del amor competía con el olor a vaca que pululaba en el ambiente. Esa mutación
vería desaparecer bares tan emblemáticos como el del Chulo, que cada agosto
sembraba media calle Hernán Cortés de veladores y donde el niño probaba con su
amigo Hillo, sobre todo en días de feria, cócteles prohibidos que preparaba furtivamente
este último, en momentos en los que ambos no jugaban en ese local, con José
Luis ‘El Chulo’, El Chipi, Federico García-Arévalo, Julián ‘Porreta’ y Fermín
Molera, al dominó o a una versión belalcazareña de un artesano Monopoly de
creación propia en el que las calles más valiosas eran, ¿curiosamente?, Don
Alonso y Hernán Cortés.
Los años pasaban lo mismo que los amigos y los
amores y lo que el niño que repartía periódicos nunca se planteó era que de
feria en feria se iban a ir quedando en el camino personas muy jóvenes y
queridas: Quetete, Julio, Mari Carmen....Pepín, Gabriel Medina...todas ellas,
personas que siguen con nosotros porque nunca las olvidaremos, y que nos animan
a pasar la mejor feria posible. Por todas ellas, por haber podido recordarlas en la apertura
de las fiestas de 2015, en el día de su abuela Asunción, ese niño que repartía
periódicos le da ahora las gracias al Ayuntamiento de Belalcázar y, sobre todo,
a su alcalde, Francisco Luis Fernández. Queridos paisanos y gente que nos visita,
os invito a pasar las mejores fiestas de vuestra vida.
VIVA SAN ROQUE
VIVA LA VIRGEN DE CONSOLACIÓN
VIVA LA VIRGEN DE LA ALCANTARILLA
VIVA BELALCÁZAR y VIVA SU FERIA
¡¡¡A DISFRUTARLA!!!
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